Sangre=Vida: Un dilema ético/moral

En toda esta espinosa cuestión sobre las transfusiones de sangre también tiene cabida el dilema ético/moral de si la vida es el valor supremo que hay que salvaguardar a toda costa, incluso por encima de creencias y valores personales.

Está extendida la idea de que el “derecho a la vida” es el que prevalece sobre cualquier otro derecho, razonando que si no hay vida no se puede ejercer los demás derechos. Esto, en la teoría, parece lógico; pero, en la práctica, parece que no está tan claro, ya que afectan a gustos, manías, conceptos o valores muy personales, que pueden ser aceptados o compartidos por otros, o no. Veamos algunos ejemplos:

Una madre decide no darse un tratamiento de quimioterapia porque está embarazada y prefiere morir para que su bebé tenga la oportunidad de vivir.

El enfermo de leucemia prefiere no seguir un tratamiento agresivo y acortar sí su perspectiva de vida porque prefiere vivir menos tiempo para mantener lo que él considera más importante: su dignidad como persona.

El torero que arriesga su vida ante un toro, el piloto que corre en motociclismo o automovilismo, el que practica deportes extremos: salto base, puenting, rafting, parapente, paracaidismo, rapel, montañismo….

Un soldado no puede acogerse a ese “derecho a la vida” ya que tiene el deber de dar su vida en defensa de su país, como ha quedado demostrado, tristemente, en la historia de la Humanidad. De hecho, cada país tiene sus “héroes”, hombres y mujeres que arriesgaron y hasta entregaron su vida, bien en el cumplimiento del deber, por defender la libertad, la democracia o por aquellos valores que consideraban más importantes que su propia vida.

Uno de los personajes de la historia de nuestro país que puede ilustrar esto es el de Alonso Pérez de Guzmán, conocido como Guzmán el Bueno. El rey Sancho IV el Bravo había confiado a este noble leonés la defensa de la plaza de Tarifa contra el ataque musulmán que asedió la plaza, encabezado por el sultán benimerín Abu Yaqub, a quien se había unido el infante Juan de Castilla -hermano del rey-. Al no conseguir que rindiera la plaza ni con amenazas ni ofrecimientos, exasperado por no poder someter la lealtad de Guzmán, se apoderó del hijo de éste y se lo presentó ante los muros de la fortaleza, con el dilema de tener que escoger entre la entrega de la plaza o la muerte de su hijo. La lucha de sentimientos de aquel hombre tuvo que ser terrible: amor de padre y salvar la vida de su hijo contra la fidelidad al rey y al pueblo. Conocido es que, arrojando un puñal, dijo (según un antiguo romance): “Si no tenéis un arma para consumar la iniquidad, ahí tenéis la mía.” “Matadle con éste, si lo habéis determinado, que más quiero honra sin hijo, que hijo con mi honor manchado.” “No engendré yo hijo que fuese contra mi tierra.”

¿Quién puede erigirse en el “controlador” o “regulador” que decida qué opiniones o convicciones son válidas y cuáles no? Cuando esto llega a ocurrir (pensemos en Rusia, China, Corea del Norte… donde se trata de imponer opiniones y conceptos determinados) perdemos nuestra esencia como seres humanos, es decir, nuestra libertad, lo más preciado que tenemos, incluso por encima de la vida. Así lo expresó en su arenga el patriota virginiano y figura importante de la Revolución Americana, Patrick Henry, al dirigirse a la Cámara de Ciudadanos de Virginia (1775): “Dadme libertad, o dadme muerte.”  

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EL OBSERVADOR

La próxima semana abordaremos el tema: “Cirugía sin transfusión de sangre (I): Historia”