Otoño 324 a. JC.: En Ecbátana, donde iba a pasar el invierno, fallece Hefestión, íntimo y leal amigo de Alejandro, como lo reconocen fuentes antiguas, y aunque algún historiador romano sugiere que fueron amantes, no hay prueba de ello. Llegaron a ser cuñados pues Hefestión se casó con la hermana menor de la esposa persa de Alejandro. Su muerte le produjo un tremendo dolor, estando varios días sin comer ni beber, sin hablar, se afeitó la cabeza y cortó las crines de los caballos, y canceló todos los festejos. Fue incinerado en Babilonia, ante todo el ejército.

Babilonia era la cuna de las creencias que se encontraban en la religión y mitología de Alejandro. Por ello, su interés era reedificarla y hacerla capital de su imperio.

13 de junio de 323 a. JC.: Mientras se hallaba en Babilonia, con casi 33 años, contrajo unas fiebres palúdicas que, unidas a su estilo de vida en el que bebía copiosamente, provocaron su muerte. Según Plutarco, durante su última semana tomaba muchos baños para curarse (hidroterapia, práctica muy común entre los griegos) y hacía sacrificios a los dioses. Se han planteado dudas sobre la causa de la muerte pues enfermó gravemente y 12 días después murió. Los síntomas podrían achacarse a la malaria, fiebre tifoidea o el virus del Nilo aunque ha aumentado en número de los que piensan que fue envenenado. Los detractores argumentan que en la antigüedad no se conocían venenos con efectos de tan larga duración. No obstante, la revista “Clinical Toxicology” publicó un estudio reciente del Centro Nacional de Venenos de Nueva Zelanda en el que se apunta al “Veratrum álbum” (sustancia conocida como ballestera o eléboro blanco), plana liliácea del centro y sur de Europa, ya conocida y usada para provocar el vómito aunque usada en grandes cantidades podría provocar una muerte lenta y dolorosa.

Anteriormente habíamos hecho referencia a una profecía que el profeta hebreo Daniel recibió, en la que indicaba que al morir el gran rey, el reino sería “arrancado de raíz” –del linaje de Alejandro– y finalmente “repartido entre cuatro reinos que no llegarían a la altura de poder y grandeza que tuvo el de Alejandro Magno.

La sucesión resultó un problema, ya que Alejandro no tenía heredero legítimo. Así su hermanastro, Filipo III Arrideo, discapacitado intelectual, fue proclamado rey por los soldados, siendo un instrumento político, mientras que la caballería era partidaria del hijo póstumo de Alejandro con Roxana, Alejandro IV Aigos. El ejército proclamó rey a ambos. Las intrigas políticas se sucedieron, y unos 6 años después (otoño 317 a. JC.) Filipo Arrideo fue asesinado por orden de Olimpia, madre de Alejandro Magno. Unos 8 años después (310 a. JC.) Casandro ordena asesinar a Alejandro IV Aigos y a su madre Roxana. Posteriormente, Heracles, el otro hijo ilegítimo de Alejandro y Barsine, fue proclamado rey por el general Poliperconte; pero Casandro sobornó al general y lo asesinó en 309 a. JC.

Distribución del reino de Alejandro a su muerte

Distribución del reino de Alejandro a su muerte

Finalmente, el gran reino se dividió entre 4 generales con la siguiente repartición:

  • Lisímaco: Tracia y Asia Menor
  • Casandro: Grecia y Macedonia
  • Seleúco Nicátor: Mesopotamia, Media y Persia
  • Ptolomeo Lago: Libia, Palestina y Egipto.

Ninguno de ellos alcanzó el poder y la gloria conseguida por Alejandro. De los 4 reinos, el que más subsistió fue el de Ptolomeo, convertido en el Faraón Ptolomeo I Sóter (“salvador”), en el año 305 a. JC., para acabar cayendo en manos de Octavio de Roma en el año 30 a. JC. con el suicidio de la última de sus reinas, Cleopatra VII tras sus amoríos con Julio César –a quien le dio un hijo, Cesarión– y con Marco Antonio.

La espectacular vida de Alejandro Magno bien puede resumirse con el epitafio que supuestamente figura en su tumba:

“Una tumba es suficiente para aquel a quien el Universo no bastara.”

J.A.T.