El dicloro difenil tricloroetano, más conocido como DDT, era un pesticida altamente letal para los insectos y, aparentemente inofensivo para animales y humanos que fue muy usado durante la II Guerra Mundial. En 1939, Paul Hermann Müller descubrió las propiedades insecticidas del DDT. Este químico suizo ganó el Premio Nobel de Medicina (1948), pues su descubrimiento controlaría la malaria, el tifus, la fiebre amarilla y otras enfermedades causadas por insectos. Sería la 1ª ocasión en que el Premio Nobel de Medicina se le dio a alguien que no era médico.

Viendo esos efectos positivos, se suministró de manera indiscriminada. De hecho, en fotografías puede verse a personal sanitario rociándolo directamente sobre el cuerpo y la ropa de los soldados. Entre 1945-1948, 225.000 kg de DDT se rociaron sobre Italia con el resultado de que no hubo ningún fallecido por malaria.

Se usó como pesticida y, junto, a la inclusión de nuevas variedades de algunos cereales, influyó notablemente en lo que se llamó “Revolución Verde”.

En 1955, la Organización Mundial de la Salud (OMS) preparó un programa para erradicar la malaria en base al DDT.

Sin embargo, en 1962, la bióloga norteamericana, Rachel Carson, publicó un libro titulado “Primavera Silenciosa” en la que denunciaba que el DDT era un producto cancerígeno para el ser humano. Posteriormente, estudios científicos corroborarían esa conclusión.

Allá por el año 1972, fue la Agencia de Protección Ambiental de EE.UU (EPA) la que prohibió este producto.

En 2004, el Convenio de Estocolmo sobre Contaminantes Orgánicos Persistentes incluyó al DDT en su lista de sustancias tóxicas reguladas, aunque permitió su uso para controlar de los mosquitos portadores de enfermedades.

Así, aunque está demostrado su toxicidad y efectos secundarios, el DDT no ha dejado de usarse: tiene contrastados beneficios aunque también un “lado oscuro” demasiado grande. El transporte atmosférico a largo alcance del DDT en los países del norte, incluyendo el Ártico, está bien documentado; el DDT ha sido detectado en el aire del Ártico, terreno, hielo y nieve y virtualmente en todos los niveles de la cadena alimentaria del Ártico. Muchos estudios indican que los sedimentos del fondo en lagos y ríos actúan como reservas para el DDT y sus metabolitos.

J.A.T.