Se cuenta que un médico afamado fue llamado para atender al rey Carlos IV, el cual se había herido en una pierna. Cuando llegó, el rey le dijo:

“Espero que me vais a tratar de un modo distinto a como tratáis a vuestros clientes.”

“Eso es imposible, Majestad” –replicó el médico-, “porque yo siempre trato a mis clientes como si fueran reyes.”

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Mark Twain iba paseando por al lado del cementerio y viendo a unos hombres trabajando, les preguntó qué estaban haciendo. Ellos le contestaron que estaban derribando el muro del cementerio para ampliarlo, a lo que Mark Twain respondió: “¿Y para qué, si los que están dentro no pueden salir, y los que están fuera no quieren entrar?”

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Durante el 2º viaje a la India que realizó el navegante portugués Vasco de Gama, estalló una terrible tormenta, por lo que los marineros parecieron enloquecer de temor. Él, para tratar de tranquilizarlos, les dijo: “No es nada; es solo que el mar tiembla al admirarnos.”

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En cierta ocasión, Bernard Shaw iba hablando solo por la calle y un amigo se lo hizo notar, por lo que le respondió: “Claro, amigo mío, es que de vez en cuando me gustar oír hablar a un hombre sensato y conversar con él.”

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El parlamentario francés Aristide Briand era un fino humorista. Al visitar una exposición vio un cuadro de 2 mujeres abrazadas. El pintor le dijo que el cuadro era una alegoría que representaba a la Justicia abrazando a la Paz, a lo que el parlamentario respondió: “Es natural; la pobrecitas se encuentran tan pocas veces.”

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Benjamin Franklin paseaba con un amigo que le pregunto sobre la ansiedad de poseer demasiadas riquezas. Franklin le dio un ejemplo práctico. Viendo un cesto repleto de manzanas, cogió una y se la dio a un niño, el cual la cogió muy contento. Tomó otra y se la dio: el niño desbordaba alegría. Cogió una 3ª manzana y se la ofreció, y aunque tenía las dos manos ocupadas con las manzanas logró coger la 3ª. Pero, en un descuido, se le cayó, rompiendo a llorar. Franklin dijo a su amigo: “He aquí un hombre pequeño con demasiadas riquezas para poder gozar de ellas. Con 2 manzanas era feliz; con 3 ya no lo es.”

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Uno de los discípulos de Sócrates y gran orador, llamado Isócrates, abrió en Atenas una escuela para enseñar el arte de la oratoria. Un joven quiso que le enseñara; pero no hacía más que preguntar cuánto le cobraría, en cuánto tiempo le podría enseñar, etc. Isócrates le dijo: “El tiempo depende de ti; en cuanto al precio, yo te cobraré el doble.”

El joven protestó: “¿Por qué voy a pagar el doble si soy una persona?”, a lo que Isócrates respondió: “Porque contigo tendré doble trabajo. No solamente te voy a enseñar a hablar sino también a callar, que es más difícil.”

J.A.T.